Rezando con los iconos

"Así como la lectura de los libros materiales permite la comprensión de la palabra viva del Señor, del mismo modo el icono permite acceder, a través de la vista, a los misterios de la salvación" (Juan Pablo II, Duodecimum saeculum).

La Trinidad, lectura más probable

 

1.-Las tres Personas

La contemplación del icono produce una pregunta inmediata: ¿Quién en este icono es el Padre, quién el Hijo, quién el Espíritu Santo?
A lo largo de los 600 años de vida que tiene este icono de Rublev se han dado todo tipo de interpretaciones sobre cómo los diferentes ángeles representan, en realidad, a las distintas personas de la Santísima Trinidad.
En esta página vamos a esclarecer lo que se nos antoja la lectura más probable del icono, pero no sin antes considerar que es preciso aceptar que si no es posible distinguir claramente a las tres personas divinas es porque la intención del autor, el monje Rublev, así lo ha querido.
En la página siguiente, se ofrece otras alternativas que desde antiguo se han defendido por la literatura crítica con mayor o menor éxito.

Pero, volviendo al propósito de Rublev de mantener en la oscuridad la identidad última de sus fuguras, ¿por qué lo ha hecho así?

2.-El concilio in Trullo

Durante la celebración del concilio in Trullo, años 691 y 692, concilio conocido como Quinisexto, se abordaron disposiciones que afectaban directamente al arte iconográfico. El cánon 82 decía:
“En algunas reproducciones de imágenes sagradas se pinta al Precursor señalando con su dedo a un cordero. Esa representación se adoptó como símbolo de la gracia. Se trata de una figuración del verdadero cordero, que es Cristo, nuestro Dios, que se nos muestra según la Ley. Aunque hemos aceptado esas figuras y sombras antiguas como símbolos de la verdad trasmitida a la Iglesia, hoy día preferimos la gracia y la virtud en sí mismas., como cumplimiento pleno de esa Ley. Por tanto, para exponer a los ojos de todo el mundo, al menos con ayuda de la pintura, lo que es perfecto, decretamos que de ahora en adelante se represente a Cristo, nuestro Dios, en su figura humana y no bajo la forma del antiguo cordero.”(Gonzalo Balderas Vega, Cristianismo, Sociedad y Cultura en la Edad Media: Una Visión Contextual, pág 251).
Saliendo al paso de los primeros reintentos iconoclásticos que ya se hacían notar, los padres de la Iglesia quisieron dejar bien claro que la veneración de las imágenes sagradas daba culto al representado y de ninguna forma a la imagen misma. Y como la veneración de la imagen de Cristo suponía una auténtica profesión de fe en la encarnación histórica del Hijo de Dios, opinaron y decretaron que solamente la figura de Cristo como hombre era aceptable.
Siendo así, ¿cómo interpretar el icono de Rublev en su formulación tradicional? ¿Cómo aceptar la imagen de Cristo bajo la figura de un ángel? Más aún, ¿puede defenderse un esquema trinitario donde el Padre no sea la figura central?

3.-La elección de Rublev

En principio, el Padre no es representable, pues ”a Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1, 18). Sólo es dable representar al Hijo, y a éste encarnado, con figura de hombre. El Padre queda como no representado en el icono, sin pista alguna que pueda distinguirle sobre las demás figuras. Del mismo modo, el Hijo y el Espíritu Santo no deben poder ser reconocidos, pues, si lo fueran, se podría identificar al Padre por simple descarte.
Paul Evdokimov, que es el autor de la Ortodoxia que más ha influido en Occidente, interpreta que el personaje del centro no puede ser más que Dios Padre (L’art de l’icone, pág. 296) si se quiere salvar la interpretación trinitaria del icono y, al mismo tiempo, respetar el canon conciliar.
Su explicación sobre la intención de Rublev es tan sutil como genial. El icono sería congruente con el decreto de pintar siempre a Cristo con figura de hombre porque el sentido del icono no sería representar a las tres personas divinas, sino presentar a la consideración del creyente el mismísimo misterio trinitario: la Unidad de los tres. El icono expresa la Trinidad sin representar a las Personas divinas y, con ello, a la Trinidad en la indivisión de las Personas.
El fondo del cuadro es una representación simbólica que, de algún modo, intenta abarcar toda la Historia de la Salvación. La escena que se representa tiene como trasfondo toda esa historia porque es en ella y a través de ella como se ha mostrado el misterio de la vida de Dios que el cuadro representa, cuadro que nos abre un mundo de símbolos teológicos que nos llevan directamente hasta Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

4.-El icono nos habla

De la composición de Rublëv se desprende la unidad y la igualdad de los ángeles, en principio perfectamente intercambiables, sin más diferencias que la actitud personal de cada uno hacia los otros, pero sin dar impresión de repetición ni confusión. Por ello, no existe patrón alguno para señalar qué persona divina es representada por cada ángel.
Sin embargo, hay un testimonio de San Esteban de Pern, iconógrafo coetáneo de Rublev, que llevó a la tierra de Perm, donde fue enviado en misión, un icono de la Trinidad con la misma composición que el de Rublëv y en el que venía señalada cada figura con una inscripción propia: el ángel central lleva la inscripción, en lenguaje zirano (Aï) Padre; el de la izquierda lleva el nombre de Py (Hijo), y el de la derecha (Puiltos) Espíritu Santo.
Es la relación entre ellos, expresada en la mirada y posición del cuerpo, quien establece las diferencias fundamentalmente, siendo el resto de la figuración quien refuerza la indicación.

4.1.-El Padre:

El Padre

 

 

La omnipotencia del amor del Padre se ve en la mirada del ángel del centro. Él es amor que precisa revelarse en la comunión y sólo puede ser conocido en comunión con el Hijo (“Nadie va al Padre sino por mi…Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”, Jn 14, 6.9). Fuera de la comunión entre el hombre y Dios no se puede tener ningún conocimiento de Dios y esta relación es siempre trinitaria y se inicia en la comunión entre el Padre y el Hijo
El Padre inclina su cabeza hacia el hijo con una tristeza inefable, dimensión divina del Ágape, del amor que se dona. Parece que habla del cordero inmolado cuyo sacrificio culmina en el cáliz que bendice
El volumen del brazo derecho del ángel central se amplifica a medida que se acerca al ángel de la izquierda. En el lenguaje simbólico del icono, las curvas convexas designan actividad, expresión de vida, la palabra, el despliegue, la revelación; y por el contrario, las curvas cóncavas significan obediencia, solicitud, abnegación, atención, receptividad. El Padre está vuelto hacia el Hijo. Le habla. El movimiento que recorre su ser es el éxtasis. Se expresa enteramente en el Hijo: “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 14,10; 16, 15).
Sin embargo, el obstáculo para el hecho de que Cristo está en el centro son las palabras "a la diestra del Padre" (el Credo y aproximadamente 20 referencias al Nuevo Testamento)

2. Otro obstáculo para poner a Cristo en el centro es que en la descripción de Dios Padre en el Credo, como el creador y sustentador, la causa y la providencia de Dios, ver con claridad su posición centra

 

 

 

 

 

 

4.2.-El Hijo:

 

 

El Hijo escucha. El dibujo de su vestido simboliza la atención máxima, la entrega de sí a la voluntad del Padre. La posición del Hijo traduce toda su atención, con el rostro velado por un gesto de tristeza, como cubierto por la sombra de la cruz; pensativo, manifiesta su acuerdo con el mismo gesto de la bendición del Padre.
Si la mirada del Padre, en su profundidad sin fondo, contempla el único camino de la salvación, la elevación apenas perceptible de la mirada del Hijo traduce su consentimiento, su renuncia a sí mismo para ser solo Verbo de su Padre. En verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que viere hacer al Padre” (Jn 5, 19).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4.3.-El Espíritu Santo:

El espíritu Santo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La dulzura de la mirada y el gesto del ángel de la derecha tienen algo de maternal (ruah, el espíritu en las lenguas semíticas, es femenino). Es el Espíritu que remueve las aguas al principio de la creación. Es el consolador, pero también el que da la vida y de quien todo se origina. El que dirige desde dentro todo movimiento de lo creado (color verde de su manto) y naturalmente enviado al hombre (color azul de su túnica).
Está sentado bajo la roca, con la cabeza inclinada, en una posición de abandono y aceptación. Su cabeza y su mirada se dirigen a la copa del sacrificio sumergido en la contemplación del misterio. Su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento descendente, símbolo de Pentecostés.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4.4.-Claves interpretativas:

Las indicaciones de las manos
Las manos y sus gestos parecen apoyar las interpretaciones anteriores

La mano bendiciendoEl Padre y el Hijo tienen cada uno su mano derecha vuelta hacia la copa. La posición de sus dedos, concretamente de los índice y mayor, en un gesto de bendición “con el nombre del Señor”. El nombre del Señor es Jesucristo, señalado con IC y XC, en griego. El índice derecho y el dedo mayor curvado forman la I y la C; el dedo anular y el meñique se cruzan para formar la X, mientras el pulgar ligeramente curvado forma la C final. Es la posición de una mano que bendice en nombre del Señor Jesús. Es la posición de la mano de los obispos de Occidente cuando bendicen.

 

 

 

 

 

 

 

Rublev fija este momento intemporal, único y eterno donde la Trinidad determina el desarrollo de la Historia de Salvación hablando entre sí de la Encarnación del Hijo y de su obra de redención, en su icono irrepetible.

Los tres grandes misterios cristianos son condensados por Rublev en este icono: el Dios Trino, la Encarnación del Verbo y la Redención en la Cruz. Rublev nos muestra un Dios que desea servir al hombre, un Dios compasivo hasta el infinito. El Hijo es enviado al mundo no para que suprima el sufrimiento con un golpe de varita mágica, sino para vivirlo, para asumirlo.

Lo que colma nuestra sensibilidad ante este diálogo divino no esa tanto que Dios sea todo dulzura, bondad o humildad, como el que haya aceptado sufrir. Rublev parece querernos decir que lo más grande en Dios es su comunión con el sufrimiento de los hombres.

Los elementos decorativos: La casa, el árbol y la montaña

Elementos de apoyoEsto tres elementos decorativos están colocados encima de cada personaje. En su conjunto recogen el lugar donde se desarrolla la escena: una montaña en cuyo pie está situada la tienda de Abraham, a la sombra de la encina, en Mambré.

La interpretación simbólica de los mismos resulta tan polisémica como la atribución de los colores, o el significado de las miradas y los gestos.

La casa que se figura a la izquierda señala a la Iglesia, una Iglesia que es el cuerpo de Cristo, como señala san Pablo. Este símbolo designa al ángel de la izquierda como el Hijo.

En cuanto al árbol, estamos ante el árbol de la vida, de un verde fuerte, el árbol que en la creación está colocado en el centro del Edén. Este papel de creador siempre se ha atribuido al Padre. Su centralidad en el icono expresa manifiestamente esta preeminencia que sólo puede designar al Padre. El Padre es, pues, el ángel del centro.

Extraña, por otra parte, la figura de la montaña, suspendida encima de la cabeza del ángel de la derecha. En primer lugar, la montaña es el lugar secular para las teofanías divinas, revelaciones de Dios en el Antiguo Testamento que, después de Cristo, corresponden a la acción del Espíritu.

Por otro lado, la montaña en forma de ola que avanzara hacia la izquierda, puede tratarse de la roca que Daniel, al desvelar un sueño de Nabucodonosor, ve avanzar imparable destruyendo los cuatro imperios del mal y dando lugar a una montaña que llenaría el universo. La roca, así entendida, puede designar la acción del Espíritu Santo, bajo cuyo impulso se derribará todo imperio y potestad hasta dejar a los enemigos de Cristo como estrado de sus pies.
Según ello, el ángel que se encuentra bajo ella no puede ser más que el Espíritu santo, la tercera persona

5.-Oración

Bendito seas, Padre, que en tu infinito amor nos has dado a tu Unigénito Hijo, hecho carne por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la Virgen María, y nacido en Belén hace ahora dos mil años.

Él se ha hecho nuestro compañero de viaje y ha dado nuevo significado a la historia, que es un camino hecho juntos, en el trabajo y en el sufrimiento, en la fidelidad y en el amor, hacia aquellos cielos nuevos y hacia aquella tierra nueva, en la que Tú, vencida la muerte, serás todo en todos.

Haz, Padre, que los discípulos de tu Hijo, purificada la memoria y reconocidas las propias culpas, sean una sola cosa, de suerte que el mundo crea. Otorga que se dilate el diálogo entre los seguidores de las grandes religiones, de suerte que todos los hombres descubran la alegría de ser tus hijos. Haz que a la voz suplicante de María, Madre de las gentes, se unan las voces orantes de los apóstoles y de los mártires cristianos, de los justos de todo pueblo y de todo tiempo.

¡Alabanza y gloria a Ti, Trinidad Santísima, único y sumo Dios!

¡A Ti, Padre omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el Viviente, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu que santifica el universo, la alabanza, el honor, la gloria, hoy y en los siglos sin fin.

Amén!

(San Juan Pablo II, oración para el Jubileo 2000)

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