Rezando con los iconos

"Así como la lectura de los libros materiales permite la comprensión de la palabra viva del Señor, del mismo modo el icono permite acceder, a través de la vista, a los misterios de la salvación" (Juan Pablo II, Duodecimum saeculum).
 

El icono y la trascendencia

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1.-INTRODUCCIÓN

Existe una antigua leyenda que da cuenta de la existencia de una primera imagen del rostro de Jesús originada durante la vida terrena de éste. En nuestra página El Mandylión, puede leerse:

El Mandylion recoge la primera leyenda sobre el origen de estos iconos señalando que es el propio Jesús, secándose con una tela, el que imprime en ella su rostro de forma milagrosa, produciendo literalmente un ajeiropoíetos, es decir, una imagen no realizada por manos humanas.

Dice esta primera leyenda que estando enfermo Avgar, gobernante de la ciudad de Edesa, escuchó lo que se decía acerca de los signos milagrosos que el judío Jesús hacía y creyó en él y en su poder divino. Movido por el deseo de curarse, envió a un cierto Ananías, un pintor afamado de su corte, a pintar la imagen de Jesús y a entregarle una carta pidiendo la curación.

Cuando Cristo vio que Ananías intentaba hacerle un retrato sin conseguirlo, pues la luz que emanaba el rostro de Jesús se lo impedía, , tomó agua, se lavó y secó la cara con un paño, quedando su imagen impresa en el mismo. En ella su barba, mojada tras el lavado, aparecía hirsuta, en forma de cuña de una sola hebra, y el pelo caído sobre los lados con cierta simetría. Jesús entregó este paño a Ananías y, junto con una carta de contestación para Avgar, lo despachó para Edesa.

En esta carta, Cristo indicaba que no podía ir a Edesa porque su misión aún no se había consumado, pero le aseguró que uno de sus discípulos le iría a visitar cuando ésta se hubiera cumplido. Avgar, al recibirla, puso esta imagen no realizada por manos humanas en su rostro e inmediatamente se curó. Desde entonces, esta imagen de Cristo se consideró el primer icono milagroso de la historia.

En su acercamiento a Dios, tanto la teología como la iconografía se encuentran con un problema aparentemente insoluble: describir lo que de suyo es indescriptible. Pero ese es el afán de ambas disciplinas, expresar con medios creados a aquello que supera infinitamente a cualquier criatura. Por eso, también, ambas disciplinas se sirven de un lenguaje simbólico, sea en la escritura, sea en la pintura, para expresar sus contenidos. 

Dios es para el hombre revelación y misterio; su fin y su salvación; la fuente de su ansia de verdad y la posibilidad de colmar su sed de belleza. Por eso, teología e iconografía comparten dimensiones dogmáticas y místicas, escatológicas y soteriológicas, de realismo y de estética.

Así, el icono será en los templos la biblia de los que no saben leer, expresando con imágenes de el salvador, la Virgen o los santos los misterios revelados en los libros sagrados o en la Tradición. 

Sus imágenes darán cuenta del mundo transformado, de la “nueva tierra y los nuevos cielos” escatológicos ya presentes en la vida de los santos, y que expresan el triunfo final de Jesucristo triunfante al final de los tiempos. Los iconos mostrarán la realidad actual e los que ya triunfaron, gozan de la visión divina y esperan en las moradas celestiales los eventos finales anunciados por el Apocalipsis. 

Por eso, los rostros dibujados en las tablillas no son inexpresivos, sino realistas. Adecuados a la realidad que viven los prototipos. Y la iconografía es un arte especial, que emplea un lenguaje simbólico único, creado en el interior de la Iglesia en los siglos en que ésta estaba unida y mantenido por la constante oración, especialmente de la Iglesia Ortodoxa.

 

2.-El icono como representación de la trascendencia

Aun teniendo en cuenta las consideraciones anteriores a la aporía inicial del arte iconográfico, la iconografía no parte de cero en su deseo de representar la trascendencia divina, pues conoce por la revelación algunas características del mismo Dios o de su actividad, que le sirven como primera apoyatura en su trabajo. Veamos cuatro afirmaciones, bíblicas o dogmáticas, que ayudan en esa pretensión de conocer al “Incognoscible”

21.- Al principio creó Dios el cielo y la tierra (Gen 1,1)
22.- Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno (Gen 1,31)
23.-"Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
24.-Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz,

 

2.1.-" En el principio Dios creó los cielos y la tierra "

Las primeras palabras del Génesis son una fuente fecunda para el quehacer del iconógrafo. En ella se dicen las siguientes afirmaciones:

.-Hay un Dios que existe antes del tiempo, anterior a nuestra historia por remoto que busquemos su origen. Su ser es el misterio por excelencia, lo inextricable, aquello de lo que sólo se puede hablar por negación, afirmando lo que no es… tan distinto al mundo es.

.-Hay una realidad celestial creada, con un origen cierto, aunque sea desconocido para nosotros. Una realidad espiritual llena de seres vivos, sean ángeles, sean santos, cuyas vidas se desarrollan en otro eón sólo por Dios conocido completamente.

.-Hay una realidad terrenal, también creada, propia de este mundo, con sus propias leyes y su propio desarrollo en el tiempo, con su propia historia.

Ambas realidades coexisten y se influyen, tal como cabe conocer por el libro de Job o por la revelación del Apocalipsis. De igual manera, ambas realidades están destinadas a fusionarse al final de los tiempos cuando Cristo “sea todo en todos”.

 

2.2.- Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.  (Gen. 1.31)

“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios….(Jn 1,1)

No hay casualidades en la revelación de Dios y, por ello, no puede no tener sentido que la Biblia, esa colección de 72 libros escritos en un periodo de 1000 años por numerosos autores diferentes, comience y termine con una creación. 

Comienza, en el Génesis, por la Palabra de Dios que, en siete etapas diferentes según la narración sacerdotal, va creando todo lo existente. A partir de la separación de “lo seco“, a lo que llamó “tierra”, de las aguas, a las que llamó “mar”, se van sucediendo las apariciones de  la hierba verde; de las lumbreras en el firmamento del cielo; del bullir en las aguas de seres vivientes y del volar de los pájaros sobre la tierra frente al firmamento del cielo; y de los ganados, reptiles y fieras, según sus especies. Y tras cada creación, Dios contempla su obra y, dice el autor del libro hasta cinco veces, “Y vio Dios que era bueno” (Biblia de la CEE, Génesis, cap. 1). 

La Bondad divina es inseparable de la Verdad y de la Belleza, los transcendentales del ser. La obra de Dios es buena, es real, es bella. En modo diverso, todas sus criaturas llevan su sello, la semilla de su creador, y así pregonan que  Justicia y verdad son las obras de sus manos (Sal 111, 7)

Tras poblar la tierra de vivientes, se lee en el Génesis una conversación intratrinitaria de Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra». 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó". (Gen 1, 26). 

 

Y, tras esta última creación suya, dice el libro 
“Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno”.

 

Creacion-del-hombre_S.XVII_Museo-Reserva-Historico_Arquitectónico-y-de-Arte-Estatal-Pereslavl-ZalesskyEste “muy” que matiza sus afirmaciones anteriores señala la posición del hombre en la creación. Porque en la humanidad hay un hombre divino, Jesucristo, destinado a  “reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.(Col 1,20). Y por el bautismo, ese hombre Jesucristo es la cabeza del Cristo místico, de la Iglesia, del gran pueblo de Dios al que pertenecen todos los bautizados que, de alguna manera  llevan cada uno en su naturaleza las dimensiones terrenal, celestial y divina.

Termina la Biblia con el libro de la revelación de lo que ha de venir, el Apocalipsis. Los últimos capítulos merecen los siguientes títulos: Cielo nuevo y tierra nueva, La nueva Jerusalén y El paraíso recreado (Biblia de la CEE, 2012). 

El hombre, que responde a la comunicación de Dios con la fe y la oración, dice en las últimas palabras de la Biblia: ¡Ven, Señor Jesús!(Ap 22, 20), mostrando, con ello, la tensión hacia lo alto, hacia la Verdad, la Bondad y la Belleza, que le domina mientras peregrina en la tierra.

Esta tensión es especialmente pertinente para comprender qué es el icono bizantino, y cómo puede ayudar al hombre creyente en su búsqueda de la belleza.

Ese itinerario entre creación (Gen. 1) y recreación (Ap 22) es signo del recorrido en que se mueve la historia del hombre en su busca de la belleza perdida en el Edén. Más aún, tras su incorporación por el bautismo a Cristo resucitado, en su búsqueda por aquello prometido por los profetas: 
“Jamás se oyó ni se escuchó, ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él" (Is 64,3).

Será de tal guisa que nada pretérito se añorará Y en aquellos días —oráculo del Señor— ya no se hablará del Arca de la Alianza del Señor: no se recordará ni se mencionará; nadie la echará de menos, ni se volverá a construir otra.(Jer 3, 16).

Y que, ya tras la promesa de Jesucristo para los que crean en Él, merece las palabras de san Pablo:
“Como está escrito: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1Cor 2, 9).

 

2.3.-Creo en un solo Dios... Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

La fórmula del Credo reafirma las palabras del Génesis, añadiendo un detalle importante: el cielo es el mundo invisible. Sus habitantes, su modo de vida, sus leyes, etc. son desconocidas e invisibles para nosotros, que habitamos el mundo de lo visible. 

La creación de Dios coloca al hombre en un universo visible, de cosas tangibles a las que accedemos por los sentidos. Un universo que habla de su creador al hombre que sabe mirar, como dice san Pablo:

“lo que de Dios puede conocerse les [a los hombres] resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras” (Rom 1, 19s)

Tras la caída de Adán, los ojos se ofuscaron y los hombres no siempre supieron mirar. Nuestro tiempo está muy lejos del espíritu del salmista, que canta:

“Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. 
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él? 
Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; 
le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies
”.(Sal 8, 4-7)

Pero la revelación le permite conocer que hay otro universo, éste invisible y también creado, al cual él está llamado a participar, porque en él se encuentra el Reino. 

El icono quiere ser una “ventana abierta al mundo invisible” que muestre las cosas espirituales de ese universo. (Véase Sor MARIA DONADEO, El icono, imagen de lo invisible). Que no sólo muestre, sino que sea “ocasión de un encuentro personal, en la gracia del Espíritu, con aquél que representa” (Id. Pág 19).

Es una ventana que el hombre contemporáneo precisa para salir de su idolatría por la ciencia. Ésta, con el conocimiento científico que proporciona, ha sido elevada a la categoría de Dios omnisciente a pesar de las limitaciones de su método propio (el método científico se limita a conocer lo que se puede medir o contar, lo que es reproducible en el laboratorio, no va más allá) y del manifiesto fracaso del siglo XX para dar al hombre la felicidad que ansía. 

Ya hace 2000 años que san Pablo, al percatarse de la extensión del paganismo y de la extensión del Panteón romano, exclamaba:

“La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios, resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles. Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos; es decir, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén.  (Rom 1, 18-25)

A esta oscuridad en que está el hombre quiere dar respuesta la imagen cristiana desde los tiempos catacumbales, pero es el icono bizantino y, en general, la imagen conservada en la Iglesia Ortodoxa, quien mejor sabe hacerlo. El cómo representar la trascendencia, el cómo hacerlo en un lenguaje cognoscible por el pueblo fiel, el cómo mantener la fidelidad de la imagen a través de los años y de los siglos, el cómo ser parte de la oración y la liturgia de la Iglesia, etc., son los desafíos que el arte iconográfico debe saber resolver para ser esa “ventana a lo invisible” que permita el acceso de los hombres a la luz tabórica del Reino de Dios.

 

2.4.-Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero

Tras la creación del cielo y de la tierra, 

"Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió.  Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla." (Gen 1, 3s).

El acto de creación y la luz están íntimamente unidos en Dios. La Revelación comienza con la creación de los universos del cielo y la tierra y termina con la creación de un nuevo cielo y una nueva tierra. 
De igual modo, podríamos decir que comienza creando la luz y termina revelando una nueva luz, porque en el paraíso recreado

“ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5)

“El tema de la luz atraviesa toda la revelación bíblica”. (LEON_DUFOUR; Vocabulario bíblico, palabra luz), ocupando un puesto central en la simbología religiosa de la Biblia, hasta el punto de que el mismo Dios es anunciado en términos de luz. 

"Este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna."( 1Jn 1,5)
"En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4)

De igual manera, la luz atraviesa el icono y su historia desde el principio. Especialmente puede observarse en el arte de los siglos XIV-XV, en la era del Paleólogo y del hesicasmo. Recordemos las imágenes de Teófanes el Griego y los ángeles de Andrei Rublev, emitiendo la luz propia de la energía divina, testificando así el poder transformador del Espíritu Santo.

Hasta y durante la época clásica, hasta el siglo XVI, los artistas se preocuparon de la luz a través de la luminosidad de la cara, los espacios, los asistentes: todos estos son los métodos por los cuales la luz no creada, las energías divinas se indican en el ícono.

Cuando a partir del siglo XVII los pintores de íconos abandonaron el canon y transmitieron la necesaria luz al icono a través de métodos surgidos de la creatividad subjetiva del autor, el icono comenzó a morir; y cuando el gusto por el arte occidental llevó el claroscuro y las sombras al icono, éste se convirtió en una imagen religiosa.

Tomamos literalmente del Vocabulario bíblico los aspectos más relevantes para nuestro tema:

Simbolismo de la luz.
En primer lugar, la luz de las teofanías comporta un significado existencial para los que son agraciados con ellas, sea que subraye la majestad de un Dios hecho familiar Ex 24,10s, sea que haga sentir su carácter temeroso Hab 3,3s. A esta evocación misteriosa de la presencia divina, la metáfora del rostro luminoso añade una nota tranquilizadora de benevolencia Sal 4,7 31,17 89,16 Num 6,24ss Prov 16,15. Ahora bien, la presencia de Dios al hombre es sobre todo una presencia tutelar. Con su ley ilumina Dios los pasos del hombre Prov 6,23 Sal 119,105; es también la lámpara que lo guía Job 29,3 Sal 18,29. Librándolo del peligro ilumina sus ojos Sal 13,4; es así su luz y su salvación Sal 27,1. Finalmente, si el hombre es justo, le conduce hacia el gozo de un día luminoso Is 58,10 Sal 36,10 97,11 112,4, mientras que el malvado tropieza en las tinieblas Is 59,9s y ve extinguirse su lámpara Prov 13,9 24,20 Job 18,5s. Luz y tinieblas representan así finalmente las dos suertes que aguardan al hombre, la felicidad y la desgracia.

Cristo revelado como luz.
Sin embargo, por sus actos y sus palabras se ve a Jesús revelarse como luz del mundo. Las curaciones de ciegos Mc 8,22-26 tienen en este punto un significado particular, como lo subraya Juan refiriendo el episodio del ciego de nacimiento Jn 9. Jesús declara entonces: «Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo» 9,5. En otro lugar comenta: «El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» 8,12; «yo, la luz, vine al mundo para que quien creyere en mí no camine en las tinieblas» 12,46

Cristo transfigurado.
Mientras Jesús vivió en la tierra, la luz divina que llevaba en sí estuvo velada bajo la humildad de su carne. Hay, sin embargo, una circunstancia en la que se hace perceptible a testigos privilegiados en una visión excepcional: la transfiguración. Este rostro que resplandece, estos vestidos deslumbradores como la luz Mt 17,2 p no pertenecen ya a la condición mortal de los hombres: anticipan el estado de Cristo resucitado, que aparecerá a Pablo en una luz fulgurante Act 9,3 22,6 26,13; forman parte del simbolismo propio de las teofanías del AT

Hacia la luz eterna.
El hombre, caminando por tal camino, puede esperar la maravillosa transfiguración que Dios ha prometido a los justos en su reino Mt 13,43. En efecto, la Jerusalén celestial, adonde llegará finalmente, reflejará en sí misma la luz divina, conforme a los textos proféticos Ap 21,23ss Is 60; entonces los elegidos, contemplando la faz de Dios, serán iluminados por esta luz Ap 22,4s. Tal es la esperanza de los hijos de luz; tal es también la oración que la Iglesia dirige a Dios por los que de ellos han dejado ya la tierra: lux perpetua luceat eis! Ne cadant in obscurum, sed signifer sanctus Michael repraesentet eas in lucem sanctam (Ofertorio de la Misa de difuntos).
¡Que la luz perpetua brille sobre ellos! que no caigan en la oscuridad, y que el santo Miguel los guíe a la luz sagrada.

(LEON_DUFOUR; Vocabulario bíblico, palabra luz)
 

3.-El icono es una representación de lo invisible, del mundo espiritual.

Ya desde el siglo I, el icono tiene un estatus especial como imagen sagrada. Conocemos la afirmación de Dionisio Areopagita, que dice que el icono es “lo visible de lo invisible", porque su imagen representa un espíritu invisible que vive en un cuerpo visible.  
Modernamente, podemos leer

“El icono es símbolo, siempre cumpliendo con esa función de remitir desde lo visible a lo invisible” (MAURICIO BEUCHOT, Las caras del símbolo: el icono y el ídolo, pag. 71. Caparros editores) 

El icono, limite visible de lo invisible
Hablando del Iconostasio, esa barrera de iconos que separa en el templo ortodoxo el altar –símbolo del mundo invisible- del lugar de los fieles, dice P. Florenski:

«El iconostasio es el confín entre el mundo visible y el invisible. Esa barrera del altar la levanta, volviéndose así accesible para nuestras conciencias, el grupo unido de los santos, la nube de testigos que circundan el trono divino, la esfera de la gloria celeste, testigos que anuncian el misterio. El iconostasio es una visión. El iconostasio es la manifestación de los ángeles y los santos... El iconostasio son los propios santos» (P. Florenski, El iconostasio, págs.. 67, Ed. Sígueme).

El icono goza del estatus anterior: es la línea que limita el mundo visible y el invisible. La gloria de Dios no precisa para su existencia de representación alguna, es real por sí misma. Pero el icono participa, por esa cualidad liminal entre ambas realidades, de la visión y da testimonio de ella: es visión celeste sin dejar de ser realidad terrena. El icono no es nunca lo que aparenta a los sentidos. Si participa de la visión celestial alcanza cotas celestiales; si no es capaz de llevar la conciencia del espectador al mundo invisible de los santos testigos de la gloria divina, no pasa de ser una tablilla pintada.

La alta pretensión del arte iconográfico debe aceptar ciertas limitaciones y condicionamientos en su desarrollo. Así:

1.- -¿Cómo llevar a la pintura del icono la doble imagen que porta todo individuo? Por un lado, su específica originalidad, aquello que le hace irrepetible, singular, creación única de Dios. Por otro, la dimensión que porta de todo el género al que pertenece, aquello que es común a la naturaleza de su especie, sea hombre, mujer, ángel… Cada icono trasmite un equilibrio entre la imagen de un específico individuo y su ser “icono” de la humanidad en general y la dificultad estriba en la imposibilidad de capturar con justeza esta relación y trasmitirla sin desequilibrios hacia un lado u otro.

Más aún, al retratar a un individuo, ¿cómo capturar su dimensión espiritual? Se trata de esa “imagen y semejanza” con su creador, con el mismo Dios, que se le revela en múltiples ocasiones, que tiene una profundidad indefinida y que no se agota en el conjunto infinito de manifestaciones privadas de su vida.  

2.- ”Es importante destacar que todo ícono debe necesariamente llevar el nombre de la persona o acontecimiento representado en él. La fuerza del nombre es un aspecto conocido en toda religión. Los antiguos egipcios, por ejemplo, mantenían la idea de que el nombre era parte íntegra de la persona. Así también en el islam, el judaísmo, y en otras culturas antiguas como la de China, el nombre es de especial importancia. También es así en la tradición iconográfica. Es entonces "por la inscripción del nombre que el ícono recibe una presencia” (CRISTINE FITZURKA, El ícono en la teología oriental, Teología y Vida, Vol. XLIV (2003), pp. 250-264).

Dar un nombre es crear una relación insustituible entre la imagen y el prototipo. Es hacer reconocible por todo el pueblo fiel el icono como representación fiel del santo, incluyendo en la imagen las infinitas situaciones vitales por las que pasó en su vida (infancia, juventud, madurez…) y que ahora son asumidas en su vida celestial por esta figura orlada con el nimbo de la santidad de Dios. 

Nombrar relaciona la imagen con el original, el icono con el prototipo. Nombrar es por parte del autor una propuesta y una afirmación. En primer lugar, el autor propone al pueblo un retrato que debe tener su propia capacidad de persuasión antes de nombrarle, que debe ser reconocido por el sensum fidei de la comunidad, independientemente del acto de nombrarle. Seguidamente, el autor le asigna un nombre, afirmando la relación absolutamente singular creada entre la imagen y el individuo representado, que vive y se revela como sujeto. 

 

3.1.-El icono de Cristo.

Como podemos observar en este mismo sitio, los iconos de Cristo son tantos los que representan al Salvador solo (p.e. en Majestad, Emmanuel, Sophia, etc., tal como se muestra en las páginas adecuadas), como las que le muestran en alguna escena de su vida, que en este sitio se agrupan bajo el título de Misterios de la Vida de Cristo y que en los iconostasios figuran en el rango festivo.(p.e., Entrada en Jerusalén, Bautismo en el Jordán, etc.)

En principio, las dificultades y limitaciones para el iconógrafo son parecidas a la presentación de los santos o de cualquier icono de una imagen humana que aspira a reflejarlo lo más completamente posible. Pero al tratarse de un cuerpo divino que pertenece a una persona con espíritu divino también, las dificultades adquieren unas dimensiones que hay que considerar.  

 

3.2.-  la imagen del cuerpo

La naturaleza humana del Salvador se encierra en un cuerpo perfecto, por lo que el problema de representarlo se complica por este mismo hecho: toda perfección es difícil de representar para el arte humano, que solo tiene medios imperfectos, limitados.

Cuando se trata de dibujar a un individuo en particular, las propias imperfecciones singulares ayudan a hacerlo: si es tuerto, su invalidez le singulariza; si es calvo, el artista tiene donde apoyarse para darlo a conocer, etc. Pero si es perfecto, ¿qué hacer para indicarlo, cómo mostrar esa perfección con líneas y colores de suyo imperfectos?

Porque la individualidad en nuestro mundo conlleva ciertamente alguna deformación, una cierta relatividad sobre lo perfecto, algo de fealdad, debilidad en un aspecto y exceso en otro, etc. A través del conjunto de estas imperfecciones el cuerpo individual  se puede retratar, porque resulta absolutamente distinto a cualquier otro, precisamente por el conjunto de imperfecciones que sólo se dan en él. Pero el cuerpo del Salvador en este sentido carece de cualquier imperfección y eso, ¿cómo se singulariza con pinceles, pinturas, manos... no perfectas? 

Sin embargo, una persona, en este caso, un artista, tiene su propia visión de Cristo, y está buscando su imagen (tal vez, de hecho, no están buscando otra cosa, consciente o inconscientemente, las bellas artes). Cada rostro humano, aunque imperfecto, tiene también rasgos perfectos y, en ellos, hay algo del rostro de Cristo. Esa búsqueda del rostro perfecto del hombre es propia de las bellas artes y por ahí se abre la posibilidad de acercarse a la imagen humana de Cristo,

 

3.3.-La imagen del hombre

Buscar la imagen del hombre o mujer perfectos no es tarea que haya comenzado con el cristianismo. ¿Qué otra cosa buscaba Fidias (490 a.C.-?, 431 a.C) en sus estatuas que le distancien sustancialmente del ideal de Miguel Angel (1475-- 1564), 2.000 años después?.

Más aún, ¿no será esa búsqueda de representar el hombre perfecto el ideal general de las bellas artes pictóricas o esculturales? ¿No será propio de cada artista tener en su cabeza ese ser perfecto y, de algún modo, a Cristo, el perfecto varón?

 

3.4.-Una imagen cristiana

Que la humanidad de Cristo pueda ser dibujada por diferentes artistas bajo diferentes puntos de vista parece un hecho incontrovertible. Pero para que podamos decir que una obra en particular es un icono de Cristo no basta que esa sea la intención del artista. Es preciso que llegue a la comunidad cristiana un destello del verdadero rostro de Cristo a través de este imagen singular. Es necesario que trasmita un rayo de la santidad propia de Dios y que los santos comunican en sus rostros y significan en sus nimbos dorados. 

 

3.5.-La imagen del hombre-Dios

A medida que vamos progresando en los puntos anteriores al acercamiento al icono de Cristo, llegamos a una situación de especial dificultad, pues el icono de Cristo no es solo la imagen de su cuerpo humano –de su naturaleza humana-, sino también la imagen de su deidad –de su naturaleza divina-.
Resolver este problema fue el objeto del Concilio II de Nicea (787), y el enconamiento de las diferentes opiniones sobre ello la causa de las guerras iconoclastas, durante más de siglo y medio. 

Esquema de Cristo Pantocrator

 

Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, "últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo".(Dei Verbum 4). De muchas maneras, por acciones, por la historia, por la liturgia, por el arte sagrado, etc.  Es la palabra viva de Dios la que habita entre los hombres (confr. Jn 1, 1) adaptándose a su medida histórica y a su comprensión deficiente. Es decir, la incapacidad para representar en el icono la figura perfecta de Cristo no sólo radica en la insuficiencia propia de un arte limitado ante un modelo perfecto, sino en la propia insuficiencia humana para captar la dimensión total humano-divina de Cristo. 
Pero no se pide al icono tanto. Tampoco los iconos de la Virgen trasmiten la figura total de la “llena de gracia”  Es suficiente con que hagan llegar al espectador un rayo de la divinidad que porta el prototipo. 

 

3.6.- El iconógrafo

Puestos ante la coyuntura a que hemos llegado, ¿es posible decir que cualquier pintor es un iconógrafo potencial, sin mayor exigencia que el deseo de dibujar a Cristo cuando coge la tabla y la paleta?
No. La pretensión de representar al hombre-Dios, de reflejar a la Deidad misma no se alcanza por solo empeño humano. Es preciso salir del campo puramente artístico para adentrarse en el propiamente religioso. El pintor no sólo debe tener arte humano, sino también espíritu religioso. Debe poseer la imagen de Cristo trasmitida por la Iglesia. Debe ver a Jesús de Nazaret con visión religiosa, de manera que pueda decir en su interior, como Pedro, “Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” y se apreste a pintar su figura con un lenguaje que lo haga reconocible como tal por la comunidad eclesial. 
 El iconógrafo debe poseer el sentido de los colores, oído para la consonancia musical de las líneas y las formas, y un dominio perfecto de los medios que permiten hablar del cielo” (EVDOKIMOV, o.c., pág. 183)

 

El Concilio de Nicea II no se limita a señalar sólo condiciones técnicas a la labor del iconógrafo. Exige que su obra sea concebida en un clima personal y de trabajo que aseguran la ejecución de una obra santa. La escritura del icono exige también que el iconógrafo siga un estilo de vida santo, identificado con la liturgia a la que sirve con su trabajo y alimentado por la oración y la ascesis, condiciones plenamente consecuentes con la finalidad litúrgica propia del icono. No puede encomendarse la representación de la santidad a quien no participa de la vida de la Iglesia. Su labor iconográfica presupone oración y ayuno.

 

3.7.-El arte eclesiástico.

La pintura de  iconos no es sólo una obra de arte; es también una obra religiosa. Exige una disposición tal en el artista; precisa de un lenguaje simbólico en sus líneas y colores que es propiedad de la Iglesia, que lo ha fijado en un Concilio y lo conserva durante siglos; el objeto del icono es siempre religioso: mostrar la santidad de Dios a través de los rostros de quienes ya lo viven en plenitud; portar una catequesis comprensible para el fiel que no sabe leer los libros sagrados, pero sí el lenguaje simbólico de luz y colores del icono bizantino.

 

Con estos condicionamientos no parece exagerado decir que el arte del icono es un arte eclesiástico , que se alimenta  no solo en la historia del arte con sus maestros, escuelas y tradiciones, sino también en la tradición de la iglesia, que lo custodia y asegura su continuidad en el tiempo con el canon iconográfico. 

 

3.8.--El canon iconográfico

En la página https://www.rezarconlosiconos.com/index.php/historia-icono/canon-iconografico de este sitio puede extender sus conocimientos sobre las razones y el contenido del canon iconográfico existente. Aquí vamos a considerar someramente el significado espiritual de dicho canon.

La escena del Tabor aclara definitivamente la visión que el iconógrafo debe reflejar en su obra. “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17, 2). Es, precisamente, esta visión “realista” de la figura del Salvador la que el autor de iconos trata de representar en su obra, mirando a través de los ojos interiores la esencia profunda de la naturaleza de la persona representada, de la mirada subyugante que la santidad de Dios ilumina con “la luz del Tabor”.
El icono es, pues, una visión, no una interpretación, sino la representación de algo visto por el iconógrafo. Cuando el objeto de esa visión es la santidad de Dios nos encontramos plenamente en el mundo de lo invisible, como bien revela la escena del Tabor, que precisa de un don divino para poder ser vista por los testigos de ella.

(SERGEY BULGAKOV, FILOSOFIA DEL NOMBRE. ICONO E IDENTIDAD DE ICONOS Volumen 2 ""INAPRESS" SAN PETERSBURGO 1999)
http://ivashek.com/ru/texts/555-ikona-i-ikonopochitanie

 

4.-Oración

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra,
de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre;
y por nuestra causa fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo, con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas.

Creo en la Iglesia,
que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.