Rezando con los iconos

"Así como la lectura de los libros materiales permite la comprensión de la palabra viva del Señor, del mismo modo el icono permite acceder, a través de la vista, a los misterios de la salvación" (Juan Pablo II, Duodecimum saeculum).

 

 

 

Las miróforas

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1. Introducción

En la Iglesia Oriental hay otro icono diferente al de la Bajada al Infierno para reflejar el misterio de la resurrección de Cristo. Es el icono de las mujeres Miróforas, las portadoras de los ungüentos –myron- que son el último gesto de amor al difunto. Han llegado al pie del sepulcro tras el final del sábado y son los primeros testigos del sepulcro vacío.

Dentro de los iconos que recogen los primeros anuncios de  la resurrección a las mujeres se incluye los que se hacen eco de la aparición del resucitado a María Magdalena, los conocidos iconos “noli me tangere”, el “no me toques” que Cristo bajo la apariencia de jardinero dice a María Magdalena.

Son mujeres los primeros destinatarios del anuncio evangélico “Jesús Nazareno no está aquí. Ha resucitado. Mirad el lugar donde estuvo su cuerpo”. Son, a la vez que portadores de ungüentos y aromas, portadoras de la buena nueva de la resurrección de Jesucristo.

Este hecho singular hace que la dignidad de la mujer sea realzada en la Iglesia Oriental con tres bellos nombres a ellas dirigidos: miróforas, evangelistas e isapóstolas.

Miróforas, como “portadoras de myron”, el ungüento perfumado con que se cubrían los cadáveres en la sepultura;

Evangelistas, por su papel de portadoras del Evangelio, de la buena nueva de Cristo resucitado, núcleo del kerigma; y, finalmente,

Isapóstolas, es decir, “igual a los apóstoles”, pues fueron discípulas de Jesús, le siguieron en vida, son enviadas a anunciarlo y pueden decir, a semejanza de san Pablo, que  Cristo resucitado ha salido a su encuentro.

 

2. La historia

Se cuenta entre las mujeres portadoras de mirra a María Magdalena, María la de Cleofás, Marta y María, las hermanas de Lázaro, Juana y Salomé, entre otras.

Estas son las mujeres que, en la noche santa del sábado, en la noche de la resurrección de Cristo, se acercaron al sepulcro, para verter aceites y fragancias, según la tradición oriental, en el cuerpo de su maestro. 

Cuando muchos discípulos de Cristo huyeron,  y temiendo la persecución se confinaron con las puertas cerradas por "temor a los judíos", estas mujeres vencieron el miedo a los peligros que los amenazaban y, movidas por el amor a Jesús, fueron a su tumba, aunque sabían que la entrada estaba sellada con una gran piedra circular y había guardias colocados por los gobernantes judíos. 

 

2.1.-Los Evangelios

El soporte escriturístico del icono se encuentra en los relatos evangélico de la Resurrección:

“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús.  Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: « ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?».  Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande.  Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron.  Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”». Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían” (Mc 16, 1-8).

"Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».  Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.  Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».  Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”». María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto». (Jn 20,11 18).

Ante un hecho tan singular, los Evangelios cuentas cuatro historias no concordantes. En el caso del episodio en cuestión, no estamos tratando con la evidencia de cuatro testigos oculares, sino con cuatro historias basadas en la evidencia de testigos oculares. No sabemos cuántos testigos iniciales hubo. Como puede verse, el número de las mujeres que se presentaron en el sepulcro la mañana del domingo es variable en cada evangelista:

Según san Mateo:
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro (Mt28, 1)

 

Según san Marcos:
“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. (Mc16,1)

 

Según san Lucas:
El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado… Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles.( Lc 24, 1)

 

Según san Juan:
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando (Jn 20, 11)

 

Sin embargo, el esquema general de la historia es el mismo en los cuatro Evangelios. Los primeros testigos de la tumba vacía son mujeres, y los evangelistas no lo ocultan, a pesar de que las mujeres eran consideradas testigos poco fiables en la tradición judía. Marcos enfatiza que no creyeron a las mujeres. Sin embargo, ellas fueron. No tanto porque siguieran esta concepción judía, cuanto porque el mensaje que trajeron les pareció increíble a los discípulos varones, a pesar de que habían escuchado muchas veces las predicciones del Maestro sobre su resurrección.

 

2.2.-La leyenda dorada

Icono de las mujeres mirófaras

"Poco después llegaron las santas mujeres, las cuales quedaron agradablemente sorprendidas de no encontrar allí soldados; pero lo quedaron mucho más cuando presentándose a la puerta de la primera gruta, apercibieron abierta la entrada de la segunda en donde se había puesto el cuerpo del Salvador, y un ángel sentado sobre la piedra que se había puesto para cerrarla. El brillo resplandeciente del espíritu celestial bajo la forma de un joven las detuvo, y aún les inspiró algún susto; estaba su rostro tan brillante que despedía de sí rayos semejantes a los relámpagos, y sus vestidos aparecían blancos como la nieve.

Advirtiendo el ángel la admiración de las mujeres que se acercaba al espanto: Tranquilizaos, les dice, nada tenéis que temer; vosotras venís a buscar el cuerpo del Salvador para embalsamarle; ¿y por qué venís a buscar entre los muertos al que está vivo, y aun es el autor de la vida? «No está aquí, ha resucitado.»

Acordaos que os dijo un día, estando con vosotras en Galilea, que era necesario que el Hijo del hombre fuese entregado en manos de los pecadores, que fuese crucificado, y que resucitaría tres días después de su muerte. Todo esto ha sucedido como él lo había predicho; podéis convenceros por vuestros propios ojos; ved aquí el lugar en donde se le había puesto; entrad sin miedo, y no hallareis en él más que el sudario en que había sido envuelto. Y así convencidas por vosotras mismas de su gloriosa resurrección, volveos, buscad a sus discípulos que están reunidos, y dadles esta dichosa nueva, sobre todo a Pedro a quien ha elegido cabeza de su Iglesia, y que está impaciente por verle resucitado.

El ángel, dicen los intérpretes, nombra a Pedro en particular, tanto porque estaba reconocido como el primero de los doce, cuanto porque habiendo tenido la desgracia de negar a su buen Maestro, hubieran podido imaginarse los demás discípulos que había caído de su primacía, o él mismo hubiera podido creer que Jesucristo no le miraba ya sino como un apóstata.

Para asegurarle, para consolarle y para hacerle comprender, dicen san Juan Crisóstomo y san Gregorio, que su dolor y sus lágrimas no habían sido vanas, quiso el Hijo de Dios que fuese avisado en particular.


Quedaron las santas mujeres de tal modo sorprendidas «de lo que veían y de lo que oían» que aparecieron todas cortadas. Vueltas en sí de su asombro, entraron en el sepulcro le hallaron vacío. Mientras ellas estaban consternadas se les presentaron dos ángeles. Esto renovó su espanto; salen entonces del sepulcro y van a decir a los discípulos lo que han visto. Pedro y Juan corren al sepulcro para ver con sus ojos lo que las mujeres Ies decían; síguenle ellas; entran en él los dos discípulos y no encuentran allí mas que los lienzos. 

Todos asombrados; agitados su corazones con diversos sentimientos, y como suspendidos entre el dolor y la alegría, la admiración y el temor, se vuelven.

Magdalena fue la única que quedó cerca del sepulcro, no pudiendo resolverse a volver sin saber lo que había sido del cuerpo de su divino Maestro: su celo, su solicitud, su ardiente amor a Jesucristo la ocupaban de tal modo que no pensaba ya en lo que les había dicho el ángel; está toda embebida en el objeto de su amor, que ella cree que lo han robado, y que quiere hallar a toda costa. Su empeño mismo la hace desconfiar de sus propios ojos: cree que la primera vez no ha mirado bien; vuelve a entrar, deshaciéndose siempre en lágrimas, y habiéndose bajado para ver de nuevo el sepulcro, ve dos ángeles vestidos de blanco que estaban sentados en el sitio en donde había sido colocado el cuerpo de Jesús, el uno a la cabeza y el otro a los pies. 

La vista de los ángeles no la indemnizó de la pérdida que creía haber hecho en aquel a quien buscaba. Mujer, la dicen, ¿por qué lloras? Porque han robado. Ies responde, a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. San Crisóstomo cree que Magdalena notó entonces en los ángeles una veneración súbita como si adorasen a alguno. Volviese para ver quién era, y vio a Jesús que estaba allí; pero todavía no creyó que fuese èl.

«Mujer, la dijo el Salvador, ¿qué tienes que lloras? ¿a quién buscas?» No lo ignoraba; pero le gusta que le abra uno su corazón, que se le diga que se le ama; quiere quo se multipliquen, que se renueven las pruebas y los testimonios do nuestro amor. Magdalena al pronto creyó que era el hombre que cuidaba del huerto en que estaba el sepulcro. Señor, le dijo, si eres tú el que le ha quitado, dime donde lo has puesto, y yo iré a lomarlo. Cuando uno está verdaderamente tocado de una cosa, se imagina que todos saben el motivo que nos hace llorar. Este conato, este amor, esta perseverancia hechizaron al Salvador, y no pudo diferir por más tiempo el manifestarse a Magdalena. 

>María, la dice; a esta sola palabra Magdalena reconoce al Salvador, y trasportada por la alegría más viva de que es capaz el corazón: ¡Ah divino Maestro mío! exclama, y arrojándose a sus pies los tenía abrazados. Entonces Jesús la dijo: «No pienses en tocarme:» que es como si la hubiese dicho, dicen los Padres, no te detengas en tocarme así, como si no debieses verme ya más sobre la tierra; sosiégate; tendrás tiempo de verme y de hablarme despacio, puesto que aún no estoy a punto de dejaros para subir al cielo: todavía estaré por algún tiempo visiblemente con vosotros para consolaros, para animaros y para instruiros. Y aunque me ves con el mismo cuerpo que me has visto antes de mi resurrección, no me mires ya con los mismos sentimientos naturales, elévate por la fe á otros sentimientos más espirituales, y a un conocimiento sobrenatural: de hoy más debes ya pensar y obrar en un modo mucho más perfecto, y no imaginarte que yo deba vivir entre vosotros como viven los que he resucitado. 

Yo apareceré corporalmente muchas veces entre vosotros; me manifestaré a vosotros; pero de una manera siempre milagrosa, hasta que habiéndoos instruido suficientemente, y enseñándoos a no mirarme ya con los ojos corporales, sino con ojos do la fe, suba al cielo para sentarme a la diestra de mi Padre, y prepararos allí el lugar que os he merecido por mi muerte; esto es lo que le mando que vayas a decir a mis discípulos. 

Nótese que en todas las apariciones del Salvador nada ha hablado de la santísima Virgen, porque Jesucristo en el momento de su resurrección se la había aparecido, siendo muy justo que fuese la primera que tuviese parte en el gozo y en la gloria de su triunfo, y estando por otra parle perfectamente instruida en estos misterios, no tenía necesidad de estas lecciones.

«No pienses en tocarme -dice san León- de una manera puramente temporal, y con el mismo afecto material que lo hacías antes; de hoy mas debes ya obrar de una manera mucho más perfecta. Cuando yo hubiere subido a mi Padre, pensarás de mi de un modo mucho más justo. Entonces me reconocerás verdadero hombre, y me creerás verdadero Dios.» Inmediatamente aquella santa enamorada fue corriendo a contar a los discípulos lo que la había sucedido.

En seguida se presentó Jesucristo a las otras santas mujeres en el camino. En el mismo día apareció el Salvador a los dos discípulos que iban a Emaús, y a san Pedro antes de dejarse ver de los demás apóstoles; quiso darle esta señal de distinción, como cabeza de los apóstoles y de toda la Iglesia. En fin, la tarde del mismo día de su resurrección se dejó ver de todos los discípulos reunidos." (La leyenda de oro, tomo IV, pág. 350-351).

 

3.-El icono

la-tumba-vacia.

La escena y los personajes son siempre los mismos. Un grupo de mujeres portando los frascos con las esencias perfumadas; un ángel vestido de blanco sentado que se dirige a ellas con el gesto; el sepulcro abierto y la mortaja suelta, sin el cuerpo que debería amortajar. Esta representación es la imagen más antigua de la Pascua y recoge un hecho histórico muy concreto de la vida de Jesús resucitado.

De forma paralela se ha extendido el icono que recoge el encuentro de la Magdalena con Jesús resucitado, el icono "noli me tangere" con una figuración siempre igual: Cristo con su cuerpo resucitado no es reconocido por María que se dirige a él suplicante y Jesús que le dice "no me toques" . La escena suele recogerse en un campo cercano al sepulcro, sin faltar en un segundo plano la visión de éste y la mortaja caída en el suelo.

El ángel

El personaje central del icono es el ángel que por sus dimensiones, su protagonismo en el relato y el mismo gesto decidido domina la escena. En este icono está sentado sobre la piedra que cubría el sepulcro, mientras mira a las mujeres y señala con su mano la mortaja  que permanece en el sepulcro vacío. Su atuendo, túnica dorada cubierta con manto blanco, habla de su cercanía a la divinidad y da autoridad suplementaria a sus palabras:

«No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron» (Mc 16:6). 

Las mujeres

Portadoras de ungüentos y myron, portadoras de aromas y esencias, llegan las mujeres miróforas empujadas por el amor a Jesús hasta el lugar donde José de Arimatea y algunos discípulos colocaron al crucificado. En sus rostros tensos y con gestos de abatimiento, se adivinan las dificultades que pensaban que deberían vencer: retirar una pesada losa y, quizás,  vencer la resistencia de la guardia romana. Sin embargo, reciben un mensaje sorprendente de un no menos sorprendente personaje: “ No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron"

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 El sepulcro

Los iconos presentes muestran sarcófagos de estilo correspondiente a tiempos muy posteriores al hecho histórico que recogen los Evangelios.  La piedra que sella la última morada no es circular para tapar una cueva, sino una pesada losa que cierra el habitáculo del sepulcro.  Pero el mensaje que envía el icono es único y, así, las vendas y mortajas testimonian, con su distinción entre el sudario del cuerpo y el de la cabeza, la verdad de las palabras del ángel: “no está aquí”. 

La guardia romana.

En el icono de la derecha aparece la guardia colocada por Poncio Pilatos a petición de las autoridades religiosas judías. Es una escena del gusto de la iconografía occidental cuando dibuja la Resurrección.

Aparece dormida, tal como divulgaron los soldados a petición de dichas autoridades: “Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma,  encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais»(Mt 28, 11-14).

 

4.- La fiesta

La Iglesia Ortodoxa  celebra la memoria de las mujeres miróforas,  que al ir a dar los últimos cuidados a Jesús fueron las primeras en tener noticias de sus resurrección cantando este preciso tropario:

 El Noble José habiendo bajado Tu Cuerpo Purísimo del madero,
lo ungió con aromas, lo envolvió en un fino lino,
y lo depositó en un sepulcro nuevo.

Cuando descendiste a la muerte, oh Vida Inmortal,
Mataste al Hades con el rayo de Tu Divinidad.
Y cuando levantaste a los muertos del fondo de la tierra
todas los potestades celestiales clamaron.
Oh Dador de Vida, Cristo Dios, Gloria a Ti.

El ángel que estaba junto al sepulcro dijo a las Miróforas:
La mirra es apta para los muertos,
pero Cristo se ha mostrado libre de corrupción.

También se festeja el mismo día a José de Arimatea y Nicodemo, que tuvieron papeles destacados en la tarde del viernes, tanto para bajar a Jesús de la cruz como para colocarlo en el sepulcro.

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Icono de las Miroforas ante el sepulcro vacío, deKiko Argüello

La Iglesia Ortodoxa lo canta así:

Día de la Resurrección.

Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.
Abracémonos, hermanos, mutuamente.
Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian.

Perdonemos todo por la Resurrección
y cantemos así  nuestra alegría:

Cristo ha resucitado de entre los muertos,
con su muerte ha vencido la muerte
y a los que estaban en los sepulcros
les ha dado la vida.

La Iglesia Católica celebra el lunes de Pascua el llamado “Lunes del Ángel”, que recibe ese nombre porque fue precisamente un ángel quien, en el sepulcro, anunció a las mujeres que llegaron hasta allí que el Señor Jesús había resucitado. San Juan Pablo II, en 1994, lo explicaba, diciendo: “¿Por qué se le llama así?”-se preguntaba el Pontífice-- poniendo en evidencia la necesidad de destacar la figura de aquel ángel, que dijo desde lo más profundo del sepulcro: “Ha resucitado”-.

"Estas palabras “eran muy difíciles de pronunciar, de expresar, para una persona humana. También las mujeres que fueron al sepulcro lo encontraron vacío, pero no pudieron decir: Ha resucitado, sólo afirmaron que el sepulcro estaba vacío. El ángel dice más: no está aquí, ha resucitado”. 

 

5.-Reflexión teológica

Dentro de todos los hechos memorables  sucedidos alrededor de la Resurrección de Cristo, éste protagonizado por un grupo de tímidas mujeres destaca por sus valores propios. No hubiera sido posible sin el discipulado previo que supuso el seguimiento de Jesús durante los años de su vida pública; sin la capacidad de amar propia de las mujeres; sin la ternura de su corazón, que las lleva a desear amortajar con ungüentos perfumados el cuerpo amado; sin la honda valentía que las lleva hasta el sepulcro, mientras el  miedo a las autoridades mantenía encerrados a los apóstoles.

Siempre será una mirófora toda discípula del Señor. Desde las grandes mujeres fundadoras de órdenes religiosas, hasta la más humilde de las mujeres cristianas, su anuncio de “Cristo ha resucitado” será siempre un eco del mensaje angélico recibido, en primer lugar, por mujeres como ellas; ahora, en  su cuidado de niños, enfermos, ancianos, emigrantes, abandonados... , siempre portarán el ungüento reparador y perfumado de su amor, como aquellas mujeres que el primer día de la semana se acercaron al sepulcro.

Las miróforas hicieron algo políticamente incorrecto al dirigirse al sepulcro custodiado por la guardia romana de Poncio Pilatos, sin el temor a las crítica o a las autoridades, temor a un peligro evidente, como mostraba los mismos sucesos que habían llevado a su maestro a la cruz, o que tenía enclaustrados a los apóstoles.

Podemos preguntarnos ¿qué las animaba? ¿qué fuerza superaba su temor?, porque amar, todos amamos en mayor o menor grado. Pero amar como pide el Evangelio, amar a los otros como Cristo nos ha amado exige mucha audacia, mucha parresía.

El motor de esa energía es la fe. “La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve”.(He 11, 1). Esa fe, despertada en los campos de Galilea escuchando al maestro y cimentada en el amor a quien prometía la vida eterna, es capaz de vencer las enfermedades, como ellas recordaban haber visto en numerosos signos milagrosos, y de mover montañas, como afirmaba Jesús.

Hoy es el Espíritu Santo el que nos revela a Cristo y quien alimenta nuestra fe bautismal. Es el Espíritu enviado por Cristo quien nos trae el amor de Jesús a nuestras vidas y quien nos da fuerza y parresía para hacer lo políticamente incorrecto en nuestros días, por ejemplo: defender la vida desde la concepción a su término natural; defender la familia fundada sobre la unión esponsal de un hombre y una mujer; afirmar la existencia de la verdad y el bien moral objetivos; y exigir el ejercicio del derecho a la libertad religiosa y la neutralidad del Estado en esta materia, son algunas dimensiones de la vida que están necesitando la iluminación cristiana y el anuncio del ángel: “No está aquí. Ha resucitado” a un pueblo que ha apostasiado de facto de la fe de sus mayores

 

6. Oración

Señor resucitado,
El ángel que anunció tu resurrección
Habló a un grupo de mujeres de Galilea.

Y luego apareciste, resucitado en el cuerpo,
primero solo a María Magdalena.

Miramos hacia atrás a todos los siglos de tu Iglesia,
nacida de este pequeño y fiel grupo,
alimentada a través de los siglos tan a menudo por
la gracia especial otorgada a las mujeres.

Señor, enséñanos a honrar a las mujeres,
en cuerpo y en espíritu.

Porque estas grandes discípulas nos
han enseñado a sanar a los enfermos,
a alimentar a los pobres.
a sembrar Misericordia y justicia.
a crear paz.
y ahora les pedimos que Rueguen por nosotros,
mientras tomamos la cruz nosotros mismos.

Mientras alimentamos a los que sufren de hambre,
santa Clara de Asís…ruega por nosotros.
Mientras damos de beber a los que tienen sed,
santa Brígida de Kildare… ruega por nosotros.
Mientras vestimos al desnudo,
santa Margarita de Cortona… ruega por nosotros .
Mientras albergamos a las personas sin hogar,
santa Isabel de Hungría… ruega por nosotros
Mientras consolamos y cuidamos a los enfermos,
santa Mariana Coppe… ruega por nosotros.

Mientras visitamos al prisionero y rescatamos al cautivo,
santa Eduviges de Silesia… ruega por nosotros.
Mientras cuidamos de los moribundos y sepultamos a los muertos,
santa Teresa de Calcuta… ruega por nosotros.

Mientras realizamos todas las obras de Cristo en este mundo,
Santísima Virgen María y todas ustedes
santas mujeres de Dios… rogad por nosotros.

Señora, si como somos herederos del Evangelio,
también nos has hecho herederos de estas mujeres,
enséñanos a cantar el canto, en las palabras y hechos,
que nuestras hermanas nos han enseñado:
¡Que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos!.
Amén

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